Antes de cada batalla, hay dos sentimientos opuestos en el cofre de cada soldado de combate:
La mayoría de los soldados temen el momento en que llega la orden de entrar en combate. La tensión y el miedo se han ido acumulando dentro de ellos desde hace meses. El día que recibes tu orden de despliegue o te unes a un ejército que está en guerra, una sensación de temor e inseguridad, mezclada con un miedo leve y abstracto, se acurruca dentro de tu estómago y te hace sentir un poco incómodo y mareado.
Este sentimiento crece y se amplía cuanto más te acercas al campo de batalla. En la línea del frente, donde los proyectiles de artillería golpean cerca y las balas se ciernen sobre tu cabeza, este aumento de emociones se vuelve casi insoportable. Empiezas a sentir náuseas y mareos. Algunos soldados comienzan a temblar mientras que otros comienzan a vomitar.
Estás casi en combate, pero todavía hay un último paso por recorrer. Estás sentado en tu posición, listo para el combate, revisando y revisando el equipo, nada más que rezar y fumar un cigarrillo tras otro: ¡bienvenido al juego de espera! Cuanto más tiempo tengas que esperar, más te cansarán tus miedos y llegarás a un momento en el que prefieres entrar en combate en este momento que esperar un segundo más.
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Tener claridad y enfrentar sus peores miedos se vuelve preferible a esta espera cada vez más nerviosa. Sin embargo, empiezas a pensar: “¡Vamos a superar esta mierda!” . Realmente no puedes llamar a esto “ganas de entrar en combate”. Pelear simplemente se convierte en la mejor (o menos peor) opción.
El momento en que finalmente se te ordena entrar en la batalla es un momento casi liberador. La mayoría de los soldados pueden deshacerse de muchos de sus miedos y sentir algún tipo de alivio. Las batallas suelen ser muy intensas, pero también muy rápidamente. Durante el combate, no tienes tiempo para tus sentimientos y luego (si sales vivo y ileso) ¡te sientes genial!
Sin embargo, lo peor es que, cuando se cancela o pospone un ataque: todos sus miedos eran en vano. Sientes algún tipo de alivio, pero solo por un breve momento: sabes que aún no estás descolgado y que muy pronto el juego de espera comenzará nuevamente.
Es mejor superarlo lo más rápido posible y comenzar a luchar.